Episodio 20: Mi buen amigo el Caliche. El hombre de la Cuarta A. Personas invisibles para ciudades indolentes.
MÚSICA: CAMILO MONERY
Hola, mi nombre es Andrés Novoa y esto es KWX kuwoxati podcast.
Episodio No 20
Mi buen amigo el Caliche. El hombre de la Cuarta A.
Personas invisibles para ciudades indolentes.
Preludio
La cuarta A, entre la 26 y la 21, el territorio preferido por el Caliche. Y el caliche, entre el rebusque y la bromas se hizo una persona esencial. ¿Existe el caliche sin la Cuarta A?, sería la primera reflexión, pero por otro lado, ¿podríamos plantear si la cuarta A es la misma si el caliche no está?. Bueno, esta es una historia que habla de las personas que son invisibles para ciudades indolentes, personas que por situaciones, decisiones o contextos, fueron obligados a vivir del día a día, de habitar las calles y de rebuscarse para cubrir sus necesidades básicas, como comida o dormida en algún lugar. Pero por qué hacer un homenaje al caliche, probablemente mis razones sean muy personales, por cómo viví mi relación con él y lo mucho que me aportó en mi vida. Tal vez fue invisible para la ciudad, para el gobierno indolente, para muchas personas que pasaban por su lado tratando de evitarlo, por aquellos estereotipos que tenemos, pero se que para muchas personas el caliche tenía un algo que alegraba el día, que nos hacía reír, reflexionar o simplemente nos hacía más humanos. Creo que el caliche estaba destinado a trascender, y este es el homenaje que hoy quiero hacer para él.
Puntos de fuga
Por donde empezar. Hay tanto que contar. Bueno, empecemos por lo básico. El caliche. Era una persona sencilla, no necesitaba mucho para sentirse bien. Paseaba desde la mañana por la cuarta A tratando de conseguir a alguien que le invitara a un desayuno, pero si no se le daba nada, tampoco pasaba nada. Su objetivo era muy claro, comida y dormida en un lugar digno, y entre estas se encontraba una persona que quería disfrutar con las personas que pasaban por allí. Tenía rasgos bien interesantes, una risa que parecía una carcajada y sabía bien como abordar a cada persona con la que se comunicaba. Muchas veces cuando veía que no le ponían atención, se quedaba quieto sentado en el andén o en la entrada de una casa, y cuando pasaba alguien gritaba para asustarle y se moría de risa y volvía a su rutina de pasarla bien. No todo eran sustos, cuidaba de los estudiantes que pasaban por la cuarta A, era una compañía impresionante con todos los que le teníamos confianza, nos esperaba hasta la noche para acompañarnos al parqueadero y que no nos pasara nada, y se de muchas personas que le pedían que los acompañaran a hacer el mercado o a tomar el bus en la décima para sentirse seguros. El caliche “iba pa esas” sin problema alguno, por monedas o sin monedas, él estaba ahí y era una grata compañía.
Siempre llegando a la Universidad o saliendo de clase se escuchaba un grito en la distancia “Apaaaaaa”, era el caliche que lo identificaba a uno entre todas las personas, y se acercaba a saludar, echaba un par de chistes, me preguntaba como me había ido, me pedía monedas pa desayunar o para juntar para la pieza en la noche, y nos íbamos conversando hasta donde yo tuviera que ir. Nuestras conversaciones eran todo el tiempo una mamadera de gallo. Pasara lo que pasara el me buscaba para reír, bueno, a mí y a mi parche, Posso y Santa. A santa le tenía un respeto mayor, aunque también le mamaba gallo. Nosotros tratamos siempre de tener una relación con el caliche de igual a igual, creo que el hombre siempre lo valoró.
El caliche era un tipo muy agradecido. Muchas veces desayunamos con él o le dejábamos pago el almuerzo para que “tuviera el segundo golpe del día”. Cada rato le preguntábamos si necesitaba ropa, y hacíamos una limpia en los armarios, recibía lo que fuera. Yo calzo 43 y probablemente el caliche 38, no le importaba, se colocaba los zapatos y los lucía con orgullo. La primera semana, después ya aparecía sin la ropa, a veces nos decía que lo robaban, otras veces nos dábamos cuenta que compraba vicio con eso. Nunca lo juzgamos, la vida de la calle, la que no nos tocó vivir, la agresiva, caótica, de miedo, frío, hambre y agonía, solo la vive quien la vive. Y el caliche la vivía pero nunca lo demostraba de ninguna manera. Por lo menos no lo hacía con nosotros. El caliche se fumaba las colillas que botaban los estudiantes y las disfrutaba, así como disfrutaba un buen susto o una buena conversación o una buena comida.
La historia que sigue siempre me hará recordarlo como un ser especial. Entre el 2015 y el 2019 tuve que viajar mucho, por lo general estaba por fuera por año alrededor de 6 meses. Y cada vez que me iba, le preguntaba a Santa y Posso por mí, no una vez, muchas veces. Y cada vez que volvía, me enternecía un montón, porque era una de las personas que más se alegraba con mi regreso. Me identificaba entre la gente, corría hacía mí y se fundía en un abrazo conmigo. Su frase era de antología “Apaaaa cómo lo extrañé”, yo aguantaba fuerte para no llorar, pero siempre me alegró ser parte de su cotidiano. La alegría era mutua, no podía evitar también emocionarme de verlo. El caliche siempre me alegró en la Cuarta A.
Tal vez esta historia es la más bella, honesta y maravillosa que siempre recordaré del caliche. En uno de mis recorridos por la cuadra, me lo encontré sentado en un andén con una libreta y un bolígrafo, muy concentrado escribiendo. Me le acerqué sin que se diera cuenta para no cortarle la inspiración y pude ver como en una letra muy bien realizada escribía algo. Intenté leer, pero las letras no tenían orden, él simplemente las colocaba como se le venían a la cabeza. Le pregunte “Caliche, que está escribiendo” y él me contestó sonriendo “historias profe”, le dije “venga, léame una de sus historias” y me miró muerto de la risa y me dijo “profe, yo no se leer”. Quedé confundido y fascinado a la vez, y en ese momento me comentó que él escribía historias, pero que solo las anotaba imitando las letras que veía de los estudiantes, pero que eran sus historias. Le dije que me contara una de esas historias, y me dijo que por lo general se le olvidaban. Me mostró su agenda y tenía más de la mitad llena de letras en desorden que podían no significar nada para otra persona, pero eran un tesoro para caliche, y lo fueron para mí ya que lo compartió conmigo. Le pregunté que si quería aprender a leer y a escribir, y se le iluminaron los ojos, me dijo que si de una, y nos dispusimos a las clases. Nos sentábamos en el anden, a veces a desayunar, el con su agenda, y yo con él tratando de enseñarle las letras, las combinaciones, la pronunciación. Es uno de los mejores estudiantes que he tenido, le dejaba planas, y llegamos a que fuera capaz de escribir su propio nombre, que no revelaré para que siempre lo recordemos como el caliche. Ese será uno de los secretos que guardaré como un placer de la vida. Todo iba bien con las clases y apareció la pandemia. Ese virus que cambió nuestras dinámicas y nos obligó a guardarnos en nuestras casas.
Ahí le perdí la pista al caliche. No supe que pasó con él, preguntaba entre el parche “qué será de la vida del caliche” y en algunas oportunidades tuve ganas de ir a buscarlo. No lo hice, tal vez por miedo, o por muchas sensaciones de esas que trajo la pandemia. Igual su hábitat era entre la gente, y al no haber flujo de estudiantes por la cuarta A, el fue abandonando su lugar, ya no era tanta su presencia, y no supe nada más de él.
Hace unas semanas, luego de más de un año de no ir a la universidad, me encontré en la cuarta A, tratando de ubicarlo en la distancia, entre las calles vacías y no lo pude encontrar. Al final de mi jornada volviendo al parqueadero, extrañando la compañía al caliche, me dio por preguntar en la panadería de la cuarta A. La noticia fue fulminante. El caliche ya no estaba, unos meses atrás había perdido la vida, en un accidente con un carro. Fue una noticia muy fuerte, me sentí muy mal. Tal vez la culpa de no buscarlo a tiempo, tal vez la idea de no volverlo a ver. Me dio nostalgia y lo lloré. Caliche hermano, su presencia siempre fue importante para mí. Lo extraño un montón. Gracias por sus sonrisas y por darme la posibilidad de hacer parte de su vida, de su aprendizaje, de sus historias. Hasta pronto Caliche.
Reflexiones finales
Mi reflexión al final de este capítulo es sencilla. Somos personas. No importa nuestra posición social, rol que asumimos, no importan nuestra forma de pensar o de habitar cualquier espacio. Somos personas, y como personas tenemos pares. Nuestros pares son las personas con que interactuamos, con quienes nos conectamos, con quienes vivimos y disfrutamos. Al final de cuentas lo que nos quedan son las historias, y en muchas oportunidades no nos damos la oportunidad de conectarnos con otros. Las historias nos recuerdan que estamos vivos, que podemos disfrutar de las pequeñas cosas que nos da la vida, que podemos comprender que en un gesto, en una sonrisa, en una anécdota está la vida. El caliche nos demostró que a pesar de lo que le tocó vivir, por decisión, omisión o falta de oportunidades, disfrutaba y valoraba los momentos con quien se permitía romper ese estereotipo de la persona de la calle, y se deba la posibilidad de conocer a una gran persona. Disfruten a sus familiares, amigos, personas que les dan energía. Conéctense con su naturaleza y construyan historias. Ellas quedan y nos recuerdan que la vida vale la pena. Gracias por todo Caliche.
Con esto acabamos este episodio de KWX Kuwoxati podcast, un pequeño homenaje para el gran caliche. No caigamos en la invisibilización de las personas en ciudades indolentes. Contemos sus historias, hagamos memoria con ellos. ¿Qué historias quisiera compartir? ¿Conoce a alguien como el caliche? Comparta esas historias. Sígame en @camaleonenojado en Instagram, en @AndrésNovoa en Facebook, o escriba a través de la plataforma de podnation.co, o escríbame a [email protected] Nos encontramos pronto. Buena energía.