Episodio 47: Filosofía: cinco minutos en dial 47
00:00:00 - No nos preguntemos qué propósito útil hay en el canto de los pájaros. Cantar es su deseo desde que fueron creados para cantar. En el mismo modo no debemos preguntarnos por qué la mente humana se preocupa por penetrar los secretos de los cielos. El hombre que así justificaba su vocación era nada menos que Juan Kepler, una de las mentes científicas y filosóficas más grandes de la modernidad. Para asegurar su celebridad, bastaría con recordar que herenunció las leyes planetarias del sistema solar, que luego fueron justificadas teóricamente por Newton. Pero si evoco ahora, no es sólo por estos logros de su capacidad investigativa, sino, y sobre todo, por su actitud ante los problemas de la ciencia, por el templo, diríamos, con quien caraba no tanto las cuestiones puntuales, cuanto el gran misterio del conocimiento y la ignorancia. Para los hombres del siglo XVII, la hipótesis heliocéntrica de Copernico y el telescopio habían significado un cambio en la visión del universo de tal magnitud que hoy difícilmente podemos imaginar. Acostumbrados como estamos a ella. Explorar el espacio, descubrir cientos de estrellas desconocidas, ampliar cada vez más los límites de esa pequeña esfera cósmica que la antigüedad había imaginado, se convirtió en una pasión que, como todas las pasiones, tuvo sus enemigos y detractores.
aquellos que se espantaban, o que se sentían un vago malestar al considerarse un tanto perdidos en este enorme universo de la nueva ciencia, un universo en el que Dios parecía cada vez más lejos, cuestionaban agriamente la actitud inquisitiva de los científicos. Como en los primeros siglos del cristianismo, atrincherados en una fe incluso malentendida se preguntaban00:02:14 - ¿Para qué tanta investigación? ¿Para qué saber más? Con lo que sabemos nos basta y sobra.
00:02:22 - Nuestros antepasados fueron felices, fueron santos y llegaron al cielo sin tanta novedad.
00:02:30 - En general los científicos estaban demasiado ocupados con su pasión como para contestar con largos discursos. Con una frase, con una certera intuición dieron su respuesta. Una respuesta que más o menos suena como la de Kepler que he mencionado y que es de una lógica implacable incluso partiendo de aquellos supuestos fideístas que criticaban la labor científica.
00:02:55 - Nadie pregunta por qué canta un pájaro. Los creyentes dicen que así los creó Dios y tiene razón, pues entonces no preguntemos por qué razón razona e investiga. Así lo creó Dios y
00:03:08 - Y como todo lo que Dios hizo es bueno, entonces la ciencia, ejercicio de la inteligencia que Dios puso en nosotros también es buena.
00:03:16 - Saber, conocer, investigar, decía Kepler, es el modo humano de vivir, así como cantar, es el modo de vivir de los pájaros.
00:03:27 - Y así como los bosques y los prados proporcionan alimento al pájaro que canta, así los fenómenos de la naturaleza de infinita diversidad son el permanente e inagotable de la mente humana. Como se ve, Kepler era un optimista. En general, todos los auténticos científicos lo son, desde Aristóteles, Ouclides o Arquímides, hasta Einstein o Heisenberg, pasando por The Cartel, Leibniz Newton y un largo etcétera.
00:03:56 - Quizás ese optimismo sobre el poder inquisitivo de la razón sea un requisito esencial, una condición de posibilidad de la ciencia misma. Sin embargo, parece que un excesivo optimismo es algo peligroso porque carece de la capacidad de darse límites y tiende a invadir toda la vida humana. Esa actitud fue la del siglo pasado y se llamó científicismo. Hoy es una posición desacreditada, pero hemos incorporado a nuestra cultura cotidiana sus supuestos y estamos siempre pendientes de hacer científicamente las cosas. Yo sólo quisiera recordar que cuando
00:04:36 - Kepler comparó a la ciencia con el tanto del pájaro no podía saber algo que hoy sabemos, que los pájaros de Hiroshima no cantan más.