Episodio 14: Filosofía: cinco minutos en dial 14
00:00:00 - El estudio de la filosofía no busca saber lo que pensaron los hombres, sino cómo se presenta la verdad de las cosas. Cuando Santo Tomás de Aquino estampó esta rotunda afirmación en su comentario al libro primero sobre el cielo de Aristóteles, seguramente pensaba responder con ella a otro filósofo contemporáneo suyo rival en las líderes académicas de aquel inquieto siglo
00:00:31 - XIII, Sijer de Brabant. Y no le faltaba razón en el deseo de aclarar su postura. Para Sijer, la filosofía consistía fundamentalmente en el conjunto de las teorías de los filósofos, pero sobre todo del príncipe de ellos, Aristóteles. Por consiguiente, hacer filosofía o enseñarla se reducía a la paciente y a veces apasionante tarea de hermeneutica histórica. Tomás había citado en sus obras a la extagirita por lo menos tanto como su hijera. Incluso lo estaba comentando de la manera más exhaustiva que se hubiese hecho antes entre los latinos, al modo en que lo hizo el celebriar a ver Royce, a quien por antonomasia llamaba el comentador con mayúscula y respeto, modo indirecto pero claro de demostrar su máximo aprecio por Aristóteles. Y también había citado innumerables veces a las mayores autoridades cristianas buscando amparar en ellos sus propias soluciones. Sin embargo, no solo no comparte la concepción sigeriana de la filosofía, sino que enunciar la tesis opuesta en la ocasión más comprometida, precisamente en la documentar, hacer exejes y un texto célebre. Quiso decir con esto que para el verdadero filósofo ni aún la tarea exegetica puede apartarlo de su deber intelectual de anunciar la verdad tal como la ve. No hay pues autoridad ni dogma en la filosofía, solo hay pensamientos y pensadores que por su vigor y profundidad intelectual merecen servirnos de guías en nuestras propias búsquedas. El mismo Tomás se sirvió sin vergüenza y comodestia de todos ellos y del que más se sirvió fue de Aristóteles, aquel a cuya obra se reducía toda la filosofía para Sijer. Esta controversia tuvo un final paralógico. Por esos avatares de la historia, Sijer Cajón de Gracia fue rápidamente condenado y olvidado y lo que él consideró la exposición más exacta de Aristóteles, la suya, fue tenida por es puria, errónea e inaceptable. Santo Tomás, en cambio, elevado a los altares y consagrado doctor universal de la iglesia, se convirtió en el segundo Aristóteles. Fue para sus discípulos lo que la estajerita había sido para exigir. La expresión misma de la filosofía es tal modo que toda la labor filosófica ha de reducirse a estudiar sus thesis. Extraño destino el de los filósofos. Después de siete siglos, parece que no hemos llegado a aclararnos en cuál bando militamos. Aunque las definiciones de filosofía que circulan en los manuales y en las bocas de los más eminentes profesores coinciden con la de Tomás de Aquino, de hecho, la mayoría de los filósofos hace filosofía el estilo de Sijer, quien al fin ha encontrado en la práctica la confirmación empírica de su teoría. Bastorgea las páginas de los libros y revistas de filosofía a leer los títulos de ponencias o conferencias, para apreciar el grado de adhesión fáctica a Siger. Yo diría que casi todos los filósofos son Sigerianos, sobre todo cuando tienen que demostrar que son buenos filósofos. Deben demostrar, como quería Siger, que conocen muy bien todo lo que se ha dicho en filosofía y que son capaces de hacer un exéquesis correcta de cualquier texto filosófico ajeno. Y la verdad de las cosas que proponía Tomás como meta del filosófer, hay que confesar que nadie, ni Tomás mismo, ni sus antecesores o sucesores, incluyendo a Descartes, que fue quien llegó más lejos en su intento autofundante, ninguno ha logrado eliminar completamente las referencias al pasado pensado. Parece que la es inatacable en un aspecto, que en nuestro estado humano cultural, toda búsqueda o artisición de verdades es mediada.
00:04:29 - Todo pensar es diológico.
00:04:31 - Supone otro pensamiento para contrastarse y completarse.
00:04:35 - Y quizás sea esta propiedad peculiar de nuestro intelecto, el fundamento más firme de la intersubjetividad y con ella de todo posible sentido de comunidad.