Episodio 4: Filosofía: cinco minutos en dial 5
00:00:00 - A ningún hombre, por más estudioso que sea, le sobrevendrá nada más perfecto en la doctrina que saberse doctísimo en la ignorancia misma. Y tanto más docto será cualquiera, cuanto más se sepa ignorante. Así se expresó en 1440, cuando soplaban en Europa los vientos renacentistas, el cardenal Nicolás de Cusa, en una obra cuyo título es precisamente la Docta Ignorancia. La asociación con el lema socrático es patente, pero no solamente hay una analogía literaria entre esta frase del
00:00:47 - Cusano y él sólo sé que no sé nada. Hay sobre todo una situación espiritual común que los aproxima y que en cierta medida los hace también contemporáneos nuestros. Parece haber una especie de constante en la historia del pensamiento, según la cual, a una época de importantes avances y logros en el conocimiento puntual del universo, sigue una etapa escéptica y un tercer momento de superación de la crisis con la aceptación del conocimiento limitado. Una suerte de madurez de la razón que aprende a conformarse dentro de sus finitas posibilidades reales e históricas, pero admitiendo sus infinitas posibilidades absolutas.
00:01:26 - Entre los griegos, después de los filósofos naturales, los físicos y los pitagóricos, los sofistas representan el momento escéptico y acomodaticio que explica la peculiar postura socrática.
00:01:38 - En el Renacimiento, el agobio del Complicado y excesivamente subtil edificio escolástico medieval, desembocó en un montaín y en un Sánchez, pero también de su fruto superador.
00:01:51 - Como la modeste asocrática, la doctrina ignorancia de Cusano es un disfraz del escepticismo, porque le sceptico duda, pero el doctor ignorante sabe positivamente y con certeza que no sabe todo lo que puede saberse. Si la sabiduría es el conocimiento total, entonces el hombre no tiene tal sabiduría, a de aceptar que es ignorante, a de aceptar las limitaciones del conocimiento humano tomado en cada uno de los momentos históricos de su desarrollo indefinido.
00:02:23 - En otros términos, se trata de aceptar que todo conocimiento, que toda verdad científica obtenida con esfuerzo es algo provisorio, infinitamente perfectible o quizá prontamente rechazable. Se debe aceptar que más allá de la débil forma de pensar en el presente hay otras formas mejores y más plenas. Pero esto no es obstáculo sino es bien motivación para el avance intelectual. El gran edificio racional de la modernidad tuvo sumo de esto origen en la doctora Ignorancia. Claro que la trascendió tan ampliamente que olvidó en su carrera aquella inicial y ya remota anmonición. Nada es más perfecto que saberse doctísimo en ignorancia. La modernidad intentó, ciertamente con éxito, explicaciones totalizadores, grandes sistemas científicos y filosóficos en los que aparentemente todo conocimiento posible estalla contenido en su formulación universal y sólo hace falta un labrioso trabajo de de explicitación. Hoy ya no tenemos esa convicción y por eso uno de los rasgos más acentuados del pensamiento actual, el postmoderno, es la quiebra, el estallido y la fragmentación de todo sistema. Si la secuencia que sucedió entre los griegos y los europeos renacentistas se repite, parece que pasaríamos por una etapa de septicismo ahora planetarizado.
síntomas son perceptibles. Aparecerá otro Sócrates, otro Nicolás de Cusa. En todo caso, para hacerlo, deberá también aquel rasgo que caracterizó a uno y otro a cada cual a su modo. Un perfecto y grande anhelo de infinito.