Episodio 1: Recordando a mi madre - por Ana María Careaga
00:00:00 - Nombrar a Esther no es solamente recordar a mi madre, sonrar la memoria de una mujer comprometida con la realidad de su tiempo, una militante de la vida, de avanzada para su época.
00:00:12 - Fue una luchadora latinoamericana, nació Nuruwai, su mamá era Paraguay y su papá Uruguayo y ella se crió en Paraguay. Allí se formó y abrazó las causas emancipatorias desde una sensibilidad particular para con los sectores sociales más necesitados, los excluidos. Fue fundadora del Movimiento Femenino del Partido Revolucionario Febrerista de Paraguay y en la Argentina una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo. Evocarla es recordarla desde sus diferentes modos de estar en la vida, como madre, como mujer, profesional, luchadora y una persona de bien, honrada, sencilla, solidaria.
00:00:56 - Nuestra casa de puertas abiertas abrigaba a toda persona que lo necesitara y la mesa, como diría nuestro padre, fue un escenario plural donde se discurría sobre los más altos y nobles valores de la vida y se recibía a los comensales sin preguntar jamás su signo partidario.
00:01:18 - En ese ambiente cálido y pleno de afectos nos criamos, en el que la oscura noche que habría de empañar la vida de miles y miles de familias y de la sociedad toda, aún no había cubierto de muerte y desaparición el suelo argentino.
00:01:35 - Recuerdo una oportunidad en que ella nos había advertido que iba a venir a visitarnos una luchadora, una mujer que había estado muchos años presa y había sido brutalmente torturada.
00:01:46 - Llegó por la tarde y traía colgando del brazo una bolsa con regalos.
00:01:51 - Venía de la entonces unión soviética donde se había refugiado, luego de su liberación de la cárcel de Paraguay.
00:02:00 - Había que elegir el regalo y yo elegí una muñeca rusa.
00:02:03 - Me fascinaba ese enjambre de mujeres que salían unas de otras y podían ser guardadas de nuevo, vueltas al origen para sacarlas nuevamente en una búsqueda de repetición de las que entonces no podía imaginar siquiera su alcance metafórico.
00:02:23 - No recuerdo la edad que tenía entonces, pero sí que era una nena y me gustaba jugar con muñecas. Estaba feliz con mi regalo. No la pierdas, me dijo la invitada. Todavía resuenan en mí para siempre. Esas palabras que a manera de contraorden se convertirían en un destino fatal. Nunca me olvidé de esas muñecas mujeres que se reproducían y se protegían a la vez con su cuerpo que hacía las veces de envase de la siguiente más pequeña en tamaño hasta llegar a la última.
00:03:00 - Pienso hoy en esas otras mujeres nuestras, las madres, que al perder parte de sí mismas de sus propios cuerpos, sus hijos e hijas, salieron al ruedo a dibujar para siempre una ronda infinita que sembró de pañuelos blancos las plazas y las almas de las personas de bien. Y así el hijo, recordar la Esther, noble, generosa y capaz de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquier persona en cualquier parte del mundo. Por eso está presente entre sus seres queridos, entre sus compañeras y entre quienes conservan la memoria de sus preciosas huellas.