Abril  22, 2021

Episodio 1: Continuidad de los Parques

Cuento corto de Julio Cortázar, solo para iniciar
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00:00:00 - Continuidad de los Parques, de Julio Cortázar

00:00:07 - Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes. Volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca.

00:00:16 - Se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes.

00:00:22 - Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayor domo una cuestión de parcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque Los Robles.

00:00:34 - Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos.

00:00:49 - Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas.

00:00:54 - La ilusión obelesca lo ganó casi enseguida.

00:00:57 - Cosaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarros seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles.

00:01:15 - Palabra, palabra, absorbido por la sordida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban e adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, reselosa. Ahora llegaba la amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba a ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias. No había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entiviaba contra su pecho, y debajo la tía la libertad agasapada. Un diálogo anelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes y sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo.

dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado, coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atrevid. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba anochecer. Sin mirarse ya, atado rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte.

00:02:41 - Desde la senda opuesta, él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto.

00:02:46 - Corrió a su vez para petándose en los árboles y los cetos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo Alameda que llevaba a la casa.

00:02:54 - Los perros no debían ladrar y no ladraron. El mayor domo no estaría esa hora y no estaba.

00:03:01 - Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer. Primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada.

00:03:14 - Eno alto dos fuerzas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón y entonces el puñán en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de tercio pelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

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